domingo, 31 de marzo de 2013

Asentamiento...






Cuando los nueve barcos estuvieron reunidos en la ensenada acordada, Daulan Ver, capitán de la flota, ordenó desembarcar a sus mil soldados para comenzar a trabajar sin perder un solo segundo en el futuro fuerte, dado que dichas tierras eran muy importantes para la Corona de Gloria y ellos habían llegado allí para quedarse, el río Bola  y los bosques de la Gran Pradera Azul serían al fin propiedad de los pientos. Habían tardado dos semanas en remontar el río y había ansiedad entre la tropa por pisar tierra.
Rápidamente, Pilaa Vatus, la jefa de ingenieros, organizó dos bloques de doscientos soldados, uno para conseguir material de construcción y otro para cercar y levantar el perímetro del futuro fuerte. Mientras que Dila Veri, primera oficial, organizaba con el resto de la tropa, los grupos de defensa, dado que las tribus de ese lugar eran altamente belicistas, tanto que en anteriores ocasiones, ya habían desbaratado todo intento de asentamiento de la corona en dichas tierras.
Los nueve barcos tenían la bandera de la Corona de Gloria, un estado que se había constituido  hacía un siglo al sur del río, en su desembocadura, en el Valle de Ostia, por la ciudad que le daba el nombre y era la más grande de las cinco ciudades que se levantaban en dicho valle. El motivo de la expedición era frenar los ataques de las tribus del norte, que provenientes de los bosques norteños, caían sobre el valle con frecuencia desde tiempos inmemoriales.
Una semana más tarde, el asentamiento ya se encontraba a pleno rendimiento, totalmente cercado y habitable, en la orilla derecha del río según habían llegado y con un perímetro asegurado de dos kilómetros.
Nilun Vasi, soldado raso, miraba con admiración todo lo conseguido en tan poco tiempo y alucinaba en su puesto de vigía desde la torre que daba al río. Desde su punto de águila, podía ver las otras tres torres estas también con puertas, que sobresalían de la muralla, compuesta de madera y piedra que rodeaba el asentamiento y la flota de nueve barcos que doscientos metros más al sur, estaban anclados en el muelle, constituido por una instalación de madera solo en tierra y conectado a la ciudad por una pasarela elevada. A ambos lados del río, y con referencia de la ciudad, se había despejado el bosque dos kilómetros e instalado torres vigías en diferentes puntos a lo largo de las dos orillas. Dentro ya del bosque, se habían construido pequeñas cabañas defensivas que por medio del humo, alertaban de los movimientos enemigos, por ahora el humo blanco daba tranquilidad a Vasi y al resto de la tropa, que aún no habían entrado en combate.
Aquella mañana había amanecido radiante, con el sol dispuesto a calentar aquel día de primavera.

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