Cuando los nueve
barcos estuvieron reunidos en la ensenada acordada, Daulan Ver, capitán de la
flota, ordenó
desembarcar a sus mil soldados para comenzar a trabajar sin perder un solo
segundo en el futuro fuerte, dado que dichas tierras eran muy importantes para
la Corona de Gloria y ellos habían llegado allí para quedarse, el río Bola y los bosques de la Gran Pradera Azul serían
al fin propiedad de los pientos. Habían tardado dos semanas en remontar el río
y había ansiedad entre la tropa por pisar tierra.
Rápidamente,
Pilaa Vatus, la jefa de ingenieros, organizó dos bloques de doscientos
soldados, uno para conseguir material de construcción y otro para cercar y
levantar el perímetro del futuro fuerte. Mientras que Dila Veri, primera
oficial, organizaba con el resto de la tropa, los grupos de defensa, dado que
las tribus de ese lugar eran altamente belicistas, tanto que en anteriores ocasiones,
ya habían desbaratado todo intento de asentamiento de la corona en dichas
tierras.
Los nueve
barcos tenían la bandera de la Corona de Gloria, un estado que se había
constituido hacía un siglo al sur del
río, en su desembocadura, en el Valle de Ostia, por la ciudad que le daba el
nombre y era la más grande de las cinco ciudades que se levantaban en
dicho valle. El motivo de la expedición era frenar los ataques de las tribus
del norte, que provenientes de los bosques norteños, caían sobre el valle con frecuencia desde tiempos inmemoriales.
Una semana
más tarde, el asentamiento ya se encontraba a pleno rendimiento, totalmente
cercado y habitable, en la orilla derecha del río según habían llegado y con un
perímetro asegurado de dos kilómetros.
Nilun Vasi,
soldado raso, miraba con admiración todo lo conseguido en tan poco tiempo y
alucinaba en su puesto de vigía desde la torre que daba al río. Desde su punto
de águila, podía ver las otras tres torres estas también con puertas, que
sobresalían de la muralla, compuesta de madera y piedra que rodeaba el
asentamiento y la flota de nueve barcos que doscientos metros más al sur,
estaban anclados en el muelle, constituido por una instalación de madera solo
en tierra y conectado a la ciudad por una pasarela elevada. A ambos lados del
río, y con referencia de la ciudad, se había despejado el bosque dos kilómetros
e instalado torres vigías en diferentes puntos a lo largo de las dos orillas.
Dentro ya del bosque, se habían construido pequeñas cabañas defensivas que por
medio del humo, alertaban de los movimientos enemigos, por ahora el humo blanco
daba tranquilidad a Vasi y al resto de la tropa, que aún no habían entrado en
combate.
Aquella
mañana había amanecido radiante, con el sol dispuesto a calentar
aquel día de primavera.
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